Hace milenios en el planeta tierra, en medio de los bastos paisajes dominados por los poderes de la naturaleza, , mientras paseaba solitario un dios se topó casualmente con un pequeño ser humano, un mamífero calvo y gregario, aquel sin embargo se hallaba solo igual que el dios. El encuentro fue sorpresivo para ambos, el dios sabía poco de los humanos, sabía que eran gregarios, generalmente diurnos, que sabían utilizar el fuego para comer y para matarse, también sabia que podrían ser muy peligrosos porque estaban dominados por la influencia magnética de los metales. El humano no sabia nada del dios, por lo cual aquel contacto lo lleno de tanta euforia que le hizo arrodillarse y postrarse ante el atónito dios, eso lo hizo parecer una criatura noble, así que el todopoderoso decidió no aplastarlo, le hablo al oído, yo soy el arte, le dijo.
Soy un espíritu divino, soy un dios, un alma del mundo, pero estoy muriendo poco a poco y estoy solo en la faz de esta tierra, he perdido mis manos, mi voz nadie la escucha, el viento se cansó de ser mi cincel, solo me quedas tu pequeño, tus manos serán ahora mis manos, tu lengua pronunciará mis palabras, a cambio de eso tu obtendrás un sentido para tu vida, otro distinto de servir como esclavo a los metales, podrás también compartir parte de mi divinidad con los tuyos a través de las practicas del arte. Eso ayudará a sanar.
El pequeño cavernícola regresó a donde su tribu se encontraba, su mente estaba revuelta, sus ojos perdidos, su espalda soportaba un intolerable peso, nunca volvió a ser el mismo, ahora era un artista.
Poco tiempo después se escribió la biblia y no pasó mucho tiempo más para que el artista se paseara en limosinas con lentes oscuros.